
La totalidad de “Terra Nostra”
April 24, 2024
En el cruce de las calles Numáncia y Anglesola, en el Eixample de Barcelona, podía verse un mural graffiteado en grises en honor a la gran escritora catalana Mercé Rodoreda. En Barcelona me enteré que los autores de este insólito graffiti fueron los artistas Nados, Kram e Inocuo, jóvenes que hicieron la pinta para celebrar el día de Sant Jordi en 2013. El resultado dejaba boquiabiertos a todos los peatones que pasaban por este tramo de la ciudad condal por dos razones: pocos conocían a la homenajeada y a muchos les sorprendía su gesto irónico, burlón, con el que los miraba desde su retrato. Rodoreda, a pesar de su gran éxito, fue una mujer que forzó muchas veces su perfil bajo. ¿Lo hizo para quedar bien? ¿Para protegerse? ¿Para burlarse de otros? No lo sabremos nunca. Como muchos de sus personajes –pienso en Aloma, por ejemplo, o en Natalia, la famosa “Colometa” – Rodoreda disimulaba y se enmascaraba muy bien. En privado era una mujer que sabía reír, polemizar y dar la lata cuando algo le desagradaba, pero públicamente solía fingir ser una persona tímida, algo solitaria y de espíritu romántico. Muchas personas que la conocieron aseguran que su risa histriónica era un rasgo de su carácter que llamaba mucho la atención. Montserrat Roig dijo de ella una vez: “Lo que mejor recuerdo de Rodoreda es la alquimia de su risa y su mirada extraña, burlona”. Por más que Merce Rodoreda se describía a sí misma como introvertida, tenía más señas de una persona irónica, mordaz y desvergonzada. Es extraño, pero su literatura tiene un poco de este rasgo. Sus libros a primera vista parecen prometer relatos románticos, un tanto sentimentales o patéticos por los títulos en los que se enmascaran (“La calle de las Camelias”, “¿Soy una mujer honrada?”, “La muerte y la primavera”, “Cuanta, cuanta guerra”); sin embargo, esa veladura se cae cuando uno ingresa a las páginas y va recorriendo la historia que, con uno o dos brochazos, muestra su verdadero rostro y nos sorprende por el giro –¿por la mueca?– que realiza. Entre sus temas está la búsqueda de la identidad, la fortaleza de la soledad y el rechazo sin cuartel a los estereotipos simplificadores de la época. Quizá no será una escritora experimental o rupturista en temas formales, pero desde el estilo clásico (monólogo interior, narración omnisciente, etc.) ofrece una excelente experiencia estética al lector a través de ese doble y desconcertante juego de personalidades que aparece constantemente en sus novelas. Rodoreda murió en Gerona, a los 74 años, víctima de un cáncer. El mural donde se la retrata, luego de haberse declarado en 2008 el “Año Rodoreda” en Barcelona, nos muestra a las claras su verdadero yo: una ancianita bonachona que, con la mirada y la pícara sonrisa, parece estar burlándose un poco de nosotros mientras le sacamos una foto. Quizá ese doblez, ese intenso disimulo, sea el secreto de su estilo; el secreto de su supervivencia literaria hasta hoy.
Dato: el mural ha sido destruido ya por el Ayuntamiento de Barcelona. Pero por la ciudad aún quedan diversos homenajes a Rodoreda o a sus personajes, como la estatua de “Colometa” en la Plaça del Diamant del barrio de Gracia.
Por: J. J. Maldonado